El
liberalismo y su impacto en la Revolución Mexicana
“La
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y
el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la
vida”
Miguel de
Cervantes Saavedra (1547-1616) Escritor español.
La frase con que he iniciado este artículo refleja una
percepción aceptada por todos de lo valioso de la libertad. Porque es de
libertad de lo que hablamos cuando nos referimos al liberalismo como concepto
político-filosófico que impacta a la Revolución Mexicana.
La revolución fue la fuerza de las masas populares
desbocadas contra la falta de justicia y libertad dentro del sistema
dictatorial porfirista. Sin embargo, no fue un movimiento carente de proyecto.
La Revolución de México se deseo y se pensó antes de
comenzarse. Se deseo, pensó y discutió de años atrás a 1910. Se pensó entre las
clases medias de profesores, periodistas, abogados, comerciantes en pequeño y
todo ciudadano consciente de la dramática realidad del país como los sindicatos
de obreros. Todas sus discusiones se animaban del antiguo espíritu del
liberalismo político que venía del republicanismo en tiempos de Juárez y que la
dictadura de Díaz había acallado, que nunca asesinado pues implicaba destruir a
toda la generación juarista y aun los ideales más profundos de la sociedad
mexicana del siglo XIX.
Y el liberalismo de ese siglo giraban en torno a la los
derechos humanos de pensamiento, expresión y asociación. Pugnaba por un estado
de derecho con separación efectiva de poderes; legislativo, ejecutivo y
judicial. Por el respeto a los credos religiosos pero el estado laico ante
todo. Por la igualdad jurídica entre los nacidos y habitantes de nuestro amado
país. Por el derecho de los ciudadanos de elegir a sus gobierno. Y todo lo
anterior respaldado por una Constitución benevolente, protectora y justa para
todos los mexicanos.
Sin embargo, el México porfirista negaba el poder pensar
ideas contrarias al régimen, expresarlas por medios escritos o reunirse en
partidos políticos contrarios al oficial encabezado por el mismo Díaz. El
estado estaba centralizado en un solo poder; el Ejecutivo en la figura del
dictador, mientras el legislativo y el judicial eran lacayos incondicionales de
las ordenes del presidente y sus secuaces. Puntualicemos aquí que la justicia
la impartían los más encumbrados personajes porfiristas quienes eran dueños de
vidas y honras dentro de las haciendas o fabricas de sus propiedades.
Pensar con un Estado laico era ridículo, las confesiones
minoritarias religiosas eran permitidas a regañadientes por el sistema mientras
los obispos y sacerdotes volvían a acumular inmensas cantidades de riqueza y a
manejar ideológicamente a los mexicanos. Más irrisorio aún para el porfirismo
era la igualdad jurídica de los nacidos y avecindados en México; los indígenas
eran vistos como obstáculos al progreso y a la mayor parte de las comunidades
se les arrebataban sus tierras, e incluso hubo grupos como los yaquis de Sonora
a quienes se les extermino sistemáticamente al enviarlos como esclavos a
Yucatán o a Valle Nacional Oaxaca.
En la dictadura de Díaz las clases sociales se habían
recrudecido y marcado, mientras una pequeña elite nacional y extranjera
disponía de todos los bienes, una mayoría de auténticos mexicanos no disponían
de prácticamente nada. En las zonas industriales ganaba más un extranjero
norteamericano o inglés, que un mexicano. Y la justicia se impartía siempre al
beneficio del rico nacional o extranjero.
A principios del siglo XX, cuando la Iglesia y los
arzobispos mostraban una fortaleza inusitada en México, los liberales herederos
de la filosofía de las Leyes de Reforma formaran cerca de medio centenar de
clubes liberales cuyos representantes se reúnen en San Luis Potosí para febrero
de 1901 en un Congreso Liberal. Sabiendo que los ojos y oídos de Díaz les
vigilaban de cerca, los más grandes representantes del liberalismo mexicano;
Camilo Arriaga, Juan Sarabia, Antonio Díaz Soto y Gama, Librado Rivera y otros
más, comenzaron con críticas al clericalismo y denuncias hacia los jefes
políticos representantes menores del sistema dictatorial. Fue entonces cuando
se dejo oír la oratoria virulenta y directa del joven Ricardo Flores Magón quien
denuncio públicamente la concupiscencia del dictador con todos y cada uno de
sus secuaces llamados jefes políticos, diputados, gobernadores, jefes de
policía, rurales y todo funcionario público.
Fue este entusiasta periodista y defensor de los derechos del
pueblo, quien grito a viva voz el dolor del mexicano humilde, de ese sin
oportunidades de mejora y desarrollo en la hacienda, la fabrica o la industria,
condenado a la miseria, la desesperación y el hambre. Su arriesgada y valiente
participación lo llevara a la cárcel a él y a sus hermanos por ser críticos
sistemáticos de la Dictadura y editores de periódicos de tendencia liberal. Ni
la cárcel ni la persecución en su contra lo harán claudicar a sus ideas, como
refleja el hecho que en febrero de 1903, aniversario de la Constitución de
1857, una manta gigante cubrió las instalaciones del periódico “El hijo del
Ahuizote” que él escribía, con la foto de Benito Juárez y la leyenda
provocativa “La Constitución ha muerto”.
Todo lo anterior porque los nobles artículos de la Carta
Magna habían sido mancilladas en prácticamente todos sus puntos por el dictador
mexicano que un día, hacia casi medio siglo la había apoyado. Desde el fin del
Congreso Liberal hasta 1905, la persecución de estos valientes hombres fue la característica
de Porfirio Díaz, por lo que la mayoría de ellos, sin garantía de libertad
política, y aun de respeto a sus propiedades y vidas, huyen del país hacia los
Estados Unidos. Tanta fue la represión de la dictadura, que fue necesario que
los emigrados liberales fundaran el Partido Liberal Mexicano en San Luis
Missouri, E. U para septiembre de 1905.
Pero ¿cómo comunicar los ideales del liberalismo de estos
hombres de clase media a las bases populares del pueblo mexicano?, ¿cómo
trasmitir las ideas a un pueblo que no sabía leer ni escribir?. Fue gracias a
los estudiantes mexicanos y a todo habilitado en la lecto escritura, que, a
riesgo de su vida misma leían para el pueblo los periódicos y panfletos de los
liberales; Regeneración, El hijo de Ahuizote, Libertad y trabajo, Punto Rojo y
otros medios de comunicación masiva, así como el programa del Partido Liberal
Mexicano. Se leyeron en mercado populares, en pulquerías, bajo frondosos árboles
dentro de las haciendas, frente a las escuelas, atrios de los templos, tiendas
de las fabricas y todo lugar donde un mexicano lector tuviera confianza
bastante para trasmitir la luz de la justicia y le liberalismo al sufrido
pueblo mexicano.
Gracias a esas lecturas y a las caricaturas políticas que
educaban las mentes de los no lectores, así como la injusticia y la vejación
social palpable en el ambiente, que los liberales de Missouri harán un llamado
a las armas en contra de Porfirio Díaz. Y su llamado encontró eco en cientos de
mexicanos que se organizaron secretamente para derrocar este gobierno injusto.
Pero los planes se supieron, los implicados se apresaron y para 1906 solo se
levantaron algunos liberales en Acayucan Veracruz y en Jiménez Coahuila, estos
que no fueron abortados por los secuaces del régimen, fueron acallados a fuego
y sangre.
Sin embargo, el liberalismo predicado por estos
hombres, influirá en las huelgas de Cananea, Rio Blanco, y en prácticamente
todo movimiento obrero y campesino de esos años. Por eso, México se encontraba
deseoso de un cambio cuando para 1909 aparece en el horizonte político un
hombre que hacía de la no reelección su bandera: Francisco I. Madero, y se unen
a sus filas quienes buscaban un cambio
político y social en México. Los liberales fragmentados luego de su intento de
revolución armada, volverán a reunirse en pro de la candidatura de Madero, para,
cuando ven frustradas sus esperanzas de un cambio electoral pacifico, se irán a
campos y ciudades para arrebatar por la fuerza, los derechos negados durante la
paz de Porfirio Díaz.
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